Cómo ser Calderón de la Barca
Que todo en la vida es sueño...
Fotografía de Sacha Goldberger
Pero además de tener esta inclinación “a liarla parda”, para ser Calderón de la Barca hay que haber pasado por el Colegio Imperial de los Jesuitas (1608-1613) y, después, por la Universidad de Alcalá de Henares y Salamanca (1614-1620), donde suponemos que tendría acceso a la lectura de los clásicos y de los grandes escritores de la época; tanto es así que empezó a probar suerte como poeta. También podemos imaginar la fascinación que debió producirle la comedia nueva de Lope de Vega. Ya asentado en la corte de Madrid en 1620, donde es escudero en casa de don Bernardino Fernández Velasco, tuvo que beber desde el patio de mosqueteros de los corrales de comedias muchos versos de Lope de Vega, el gran triunfador que en 1609 en su manifiesto del teatro Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo, composición poética de apenas 390, había dejado claro cómo y qué tenía que tener una buena comedia.
Pero... todo esto no es suficiente para ser Calderón de la Barca. Fue necesario que en 1621 llegara al trono Felipe IV (1605-1665) y su valido el Conde Duque de Olivares.
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Con ambos se abre una nueva época. El nuevo rey de un imperio en ruinas requería de mecanismos de propaganda para reforzar su imagen. Felipe IV será el “Rey Planeta” que, fascinado por los ceremoniales y fiestas programadas por su valido, criado en Italia, encontrará en el teatro el marco eficaz para la consolidación de la monarquía hispánica. Madrid de 1620 comparada con Roma o cualquier ciudad italiana era una corte de chicha y nabo. Una aldea que por no tener no tenía ni catedral, ni universidad ni nada. Madrid estaba por hacerse; debía transformarse de inmediato en una bella escenografía digna del nuevo monarca. Sin embargo, en la península no había especialistas capaces de materializar los deseos escenográficos del rey. Paliar esta circunstancia se convirtió en un asunto de Estado y para ello se contrataron, en calidad de fontaneros, a algunos artífices italianos. El primero en introducir valiosas novedades en el ámbito del teatro cortesano fue el polifacético florentino Cosme Lotti, que llegó a la corte madrilena desde Florencia, cuna del “dramma in musica” y uno de los focos más importantes de creación y teorización sobre los nuevos escenarios que daban cabida a las sorprendentes nuevas maquinarias teatrales.
Es en esta circunstancia cuando Calderón comienza su imparable ascenso creativo. Escribe comedias de ocasión cortesanas como Amor, honor y poder, representada en 1623 con motivo de la visita a Madrid de Carlos, el Príncipe de Gales; plasma del exultante triunfalismo oficial en El sitio de Bredá (1625); muestra su dominio del enredo amoroso con La dama duende (1629). Entre 1630 y 1640, Calderón, de manera insólitamente prematura es ya un clásico de su tiempo. En esa década prodigiosa escribió una tragedia sobre los moriscos sublevados titulada El Tuzaní de la Alpujarra (1633), otra sobre las grandes pasiones en Los cabellos de Absalón ((1633-1634), de honra, celos y absurda incomunicación como El mayor monstruo del mundo (1634) o El médico de su honra (1635). Es también la década en que aborda el debate entre el honor estamental y la virtud individual en El alcalde de Zalamea (1636); así como sobre los peligros de la ambición del saber en El mágico prodigioso (1637). Pero sin duda, la obra cumbre de este periodo es La vida es sueño (ca.1635). Durante esta etapa, Calderón es nombrado oficialmente el autor de la corte. De la mano de Olivares entra en palacio para producir sus propios obras cortesanas y... ¡aquí viene la gran novedad!: dirigir él mismo las representaciones teatrales. Irá acostumbrándose a asistir a los preparativos y ensayos de sus comedias y, junto al texto de la pieza entrega sus memorias de apariencias, en las que señalaba con todo lujo de detalles la tramoya y escenografía correspondiente. Toda una gran novedad para la época: para ser Calderón de la Barca hay que ser un autor con una visión global del espectáculo, cosa de la que carecían los escritores teatrales hasta entonces.
En 1640 se inaugura el gran Coliseo, un edificio para la representación diseñado por Cosme Lotti, que se encontraba dentro del Buen Retiro, con un escenario provisto de la más moderna tecnología de la época, parecía ser capaz de habilitar las complicadas y deslumbrantes maquinarias que hacían posible las escenografías móviles. Todas esas posibilidades de decorados que ofrecía este escenario vanguardista era justo lo que necesitaba Calderón para poner en escena su teatro que cada vez exigía más efectos de representación mientras crecía en complejidad alegórica. Calderón estaba a punto de inventar el teatro total, visual, polifónico, operístico, suma y síntesis de todas las artes.
Sin embargo, lo de ser Calderón de la Barca se complicó en la década de 1640, primero con la guerra en Cataluña donde participó como coracero. La dura, inútil y decepcionante experiencia militar se llevó la vida de su hermano José en 1645. Al año siguiente muere su hermano Diego. Así mismo, con la muerte de la reina Isabel de Borbón y del príncipe heredero Baltasar Carlos se impone en 1644 el cierre de los teatros públicos durante casi cinco años. Crisis exterior e interior que se refleja en la quiebra de su carrera dramática. No tiene dónde ejercer su oficio. El abatimiento y su refugio en lo espiritual, pero también la necesidad de subsistir le llevan a ordenarse sacerdote en 1651 y a establecerse en Toledo. Empieza entonces para Calderón una nueva etapa creativa. Aunque algún superior puso reparos a que siguiera escribiendo teatro siendo sacerdote, Calderón fue capaz de reivindicar su oficio y siguió escribiendo para las celebraciones reales, así como de los autos sacramentales con los que la iglesia celebraba la fiesta del Corpus. Del ímpetu vitalista de las comedias de capa y espada en las que el amor era el juego que trasgredía, aunque fuera por un instante, el orden social, pasó a crear eruditas fábulas puestas en escena con medios excepcionales, como La fiera, el rayo y la piedra (1652), representada con la espectacular escenografía de Baccio del Bianco, llegado a España desde Florencia en 1651 para sustituir a Cosme Lotti. Se inicia una época que la historia del teatro llama bianco-calderoniana, a pesar de los muchos rifirrafes que tuvieron los dos creadores a causa de los excesos escenográficos (caídas, mutaciones, naufragios...) que Bianco introdujo en Andrómeda y Perseo (1653), un brillante espejo de lujo cortesano en el que Calderón colaba recaditos al rey en forma de advertencias para el buen gobierno.
Al morir Felipe IV en 1665 la regente Mariana de Austria ordena de nuevo el cierre de los teatros, hasta que en 1670 se reanudan las representaciones con la obra mitológica de Calderón Fieras afemina amor. Calderón ha visto ya en ese momento publicados casi todos los tomos donde se reúnen sus obras: lo ha venido haciendo desde 1636. Es el último gran intelectual vivo en España del XVII. En 1660 había muerto Velázquez, Quevedo lo había hecho en 1645, Gracián, que había nacido poco después que Calderón muere en 1658. En esta última parte de su vida la escritura de Calderón se vuelve menos descriptiva, más alegórica y abstracta, pero todavía sigue poniendo púrpura a las celebraciones de los ya marchitos poderes de la corte y hacia 1670 o 1674 (la fecha se discute) estrena La estatua de Prometeo, una especie de testamento teatral en el que Calderón afirma ante la corte que la fuerza de la razón vale más que la del brazo y que el anhelo de saber es al que al hombre ilustra más que ningún otro.
Tras su regreso de Toledo, Calderón vive en la calle Platerías de Madrid. En el carnaval de 1680 estrena en palacio la última de sus obras, Hado y divisa de Leonido y Marfisa. La muerte le sorprende el domingo 25 de mayo de 1681 acabando su auto sacramental La divina Filotea para las fiestas del Corpus de ese año. Enterrado en la iglesia de Salvador y sometidos sus restos a numerosos traslados, parece que se perdieron durante la Guerra Civil.
Aún así, todo esto no es suficiente para ser Calderón de la Barca. Para ello hay que cruzar fronteras. En 1666 ya había sido traducido al francés, holandés, al italiano, al inglés y al alemán. Durante todo el siglo XVII y parte del XVIII fue el dramaturgo más representado de Europa después de Molière. A diferencia de Lope, Calderón jamás tuvo querellas ni rivalidades con sus compañeros de generación con los que, por el contrario, escribió obras en colaboración construyendo una nueva teatralidad y, sin llegar a generar una escuela literaria, sí dejó huella en la generación posterior.
Será en la primera parte del siglo XIX cuando la obra de Calderón vuelva a resurgir y lo hace fuera de España de mano de los poetas románticos alemanes. Lideraron un singular culto calderonista difundiendo por Europa la idea de que el teatro británico y español (es decir, Shakepeare y Calderón) representan la libertad creadora frente a la esclavitud de las reglas y, en lo espiritual, la expresión de la interioridad del ser humano y el enigma de su existencia.
Johann Wolfgang von Goethe (1749-1835) poeta, novelista, dramaturgo y científico alemán, contribuyente fundamental del Romanticismo, en 1804 escribió al poeta Schiller: “ Si toda la poesía del mundo desapareciera, sería posible reconstruirla sobre la base de El príncipe constante”, y pronto de decidió a ponerla en escena en Weimar. Pero no es el único que se vio desbordado por la obra de Calderón: ETA Hoffman lleva la obra a escena en Bamberg. Mendelsson compone música para acompasar las batallas del montaje de Immermann en Düsseldorf. Wagner no lee otra cosa mientras compone el primer acto deTristán e Isolda. En el siglo XX fue especialmente aclamado el montaje de El príncipe constante que el director de escena polaco Jerzy Grotowsky realizó en Wroclaw en 1968. La pieza que Calderón escribió con 29 años catapultó a Grotowski fuera de Polonia: lo convirtió en el director vivo más influyente.
Escenografía de El príncipe constante (1968) dirigido por Jerzy Grotowsky.
Ser Calderón de la Barca no es fácil pero ahora, al menos, sabes cómo serlo.